La victoria en el dobles y la revancha de Diego Schwartzman sentenciaron la serie en el Buenos Aires.


Cuando se habla de alentar a la selección, es esto. Nos referimos a algo incondicional, algo que a veces no encuentra un motivo para caerse o estar prendido, simplemente se habla de ir para adelante, contra el viento más intenso o la tormenta más brava.

El clima fue de absoluto festejo en los dos días de acción en el Buenos Aires Lawn Tennis Club. Argentina volvió a jugar la Copa Davis en El Templo, en La Catedral de nuestro tenis, y con el significativo aditivo de la gente en las tribunas, y también, el de la gente del sofá, el que sentado desde la comodidad de su pensamiento cargado de resultados y triunfalismo, pondera opiniones nocivas sobre las constructivas.

El sábado, la derrota de Diego Schwartzman ante el ignoto Daniil Ostapenkov sembró un primer paso en falso inesperadísimo, quizás el simbronazo en contra más trascendental de la historia de nuestro país en la Ensaladera. La victoria de Guido Pella ordenó la estantería y encaminó el sencillo domingo donde Horacio Zeballos y Machi González, y el propio Peque sellaron el pase del equipo capitaneado por Gastón Gaudio a disputar la primera ronda 2022.

Las palabras de desahogo final de Schwartzman luego de concretar el 3-1 cúlmine recorrieron el estadio central Guillermo Vilas en forma de descargo, el de un alma desnuda, el de un jugador que al ser bueno, siempre es más fácil buscarle lo malo. Es ley, es así. Pero no tiene que serlo.

El aliento es incondicional, el «chupamedismo» es otra cuestión. Criticar con altura y poner la bandera delante de cada punto o partido perdido. Ser objetivo sí, por supuesto, pero nunca olvidar el camino y el sentimiento que recorren los que representan nuestras ilusiones frente al mundo.

Foto principal: AAT