Está nublado en Buenos Aires, y cuando se producen silencios, aún resuenan los escopetazos.

Los cañonazos de una batalla que fue de él pero que también es nuestra.

Todavía veo a Djokovic retrocediendo ante esos incontenibles disparos.

El agua entraba por todos los costados, no había forma de frenarlo.

Y no importaba si eras el número uno del mundo, si habías ganado todos los grandes.

No importa si sos indestructible, ni los records, ni los trofeos.

Ni Nole, ni el público presente, ni los que lo seguimos por TV, terminábamos de entender lo que pasaba.

Y me arriesgo a pensar que dentro de la cabeza y ese andar pausado de Juan Martín del Potro, debe pasar algo similar.

¿Vos te das cuenta lo que estás haciendo?

Estaba en trance. Todas las derechas eran golpes de knock out. Eran ganchos de Tyson, o los All Blacks cuando se lanzan.

Nadie lo iba a entender. Y nadie lo iba a detener.

Djokovic se retiró del estadio llorando como un bebé. Como si fuera un mortal más a quien le habían quitado los poderes. Sin terminar de entender del todo que es lo que había pasado.

Que lindo que después de tanta espera hayas podido despertar Juan Martín. Olvidate de los records, los títulos o esas cosas maravillosas que estén por venir.

Vos seguí jugando como ayer, porque hacés que el mundo disfrute del tenis.

Nos hacés saltar de la silla, de la butaca. Y lo más emocionante de todo: Escuchar a algún vecino fanático del fútbol largar un «vamos» por lo bajo.

Está nublado en Buenos Aires, y cuando se producen silencios, aún resuenan los escopetazos.

Disparos de una batalla que no fue por medallas, por títulos, ni por trofeos. Destellos de una noche que sirvió para que el tenis recupere a su gigante favorito.

Hay una sola manera de vencer al número uno del mundo, al que pulveriza todos los records y a quien está reescribiendo la historia del tenis: Jugando mejor que él.

(Foto: Getty Images)

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